MI PRIMER EXPERIENCIA DE VOLUNTARIADO

Todavía recuerdo mi primer sábado como voluntaria en “La Huerta”: era la primera en llegar, todavía faltaban lxs chicxs y lxs voluntarixs. Estaba nerviosa porque no sabía qué tenía que hacer, cómo ni de qué manera. Hasta que, de la nada, veo un grupo de chicos doblar la esquina y enfilar para donde estaba yo parada, en la puerta del lugar. Me paro firme, les sonrío sin esperar ninguna reacción de vuelta. Pero hubo reacción. Sin conocerme, sin saber siquiera mi nombre, sin saber si iba un día o si iba a estar con ellos todo el año; sin saber absolutamente nada de mí, uno por uno me saludaron con un beso en la mejilla. Y fue entonces cuando supe que mi vida iba a dar un giro. Al igual que otros voluntarios de “La Huerta” de Don Torcuato, llegué hasta ahí gracias a Voluntarios Sin Fronteras. Entre las muchas actividades que se realizan en el Taller, se encuentran las de compartir un desayuno, jugar a la pelota, dibujar, pintar, sembrar, cosechar, reciclar, saltar la soga, bailar. Todo esto conjugado en un mismo objetivo: compartir un momento de aprendizaje y solidaridad con otrxs.

Si me preguntaban antes de ingresar al Taller qué era ser voluntaria, hubiese respondido algo así como “ayudar a otrxs que lo necesiten”. Pero hoy, a casi un año de voluntariado, tengo que decir que esa respuesta está incompleta.

Hay un chico en “La Huerta”, a quien, para preservar su identidad, llamaré “Tito” y que hoy tiene alrededor de 9 años. Siempre fue una onda Daniel “el terrible”. Desde que lo conocí que es de los más traviesos, revoltosos, escandalosos y peleadores de todos. Digamos que portarse bien no es su fuerte. Pero un día, luego de enseñarles un juego con una pelota hecha con medias, Tito me abrazó. Recuerdo que en ese momento le dije “¿me pusiste algo en la espalda? ¡¿qué me pusiste?!”. Y él me miró, sonriente. No era una broma. No tenía nada en la espalda. Era un abrazo sincero, espontáneo. Un abrazo porque sí.

Tito sigue siendo travieso (aunque ya no tanto como antes) y no logré sacarle más abrazos. Pero ese día, él cambió mi perspectiva: ser voluntaria no es ayudar al otro que lo necesita. Es también que ese otro te ayude a vos misma a redescubrirte como ser humano. Y, como tal, todos necesitamos un abrazo de vez en cuando.

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